Entrenando bajo la lluvia

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Entrenar bajo la lluvia parece un ejercicio meritorio a ojos ajenos. Parece que sea un prodigio ponerse las botas a las 21:30h de la noche con un chaparrón considerable, o ejercitarse en un césped que se convertirá en tu peor aliado cuando recibas un pase. Parece una heroicidad vestirse con un chubasquero que quedará empapado dos minutos después del calentamiento. Tonterías.

Los entrenos bajo la lluvia se valoran como ejercicios de gladiadores cuándo el viento sopla en diagonal y hace que las gotas se conviertan en picadas de mosquito. Del mismo modo que el caucho se apodera del balón y cualquier remate de cabeza te dejará bolitas negras tan escondidas, que el día siguiente en la oficina aún te las sacaras de las orejas. Tonterías.

Los que entrenan bajo la lluvia parece que son locos que quieran salir a mojarse, a resfriarse y a pasar frío. “Tápate niño!”, chilla la mujer del bar. Un entreno bajo la lluvia parece un día perdido de sofà-manta-sopita-peliculón. De hecho, parece que seas un temerario si vas a entrenar con el coche mientras llueve, porque te obliga a poner los ojos achinados ya que no ves nada entre el agua y el parabrisa. Tonterías.

Los que entrenan bajo la lluvia parecen unos sucios cuando llegan a casa con la ropa y las botas empapadas. Encima toca lavar toda esa ropa que pesa tres kilos de más. Y es que parece que entrenar bajo la lluvia no tenga nada de bueno, ni satisfaga a nadie. Sólo ensucia, molesta al tío del campo que tiene que abrir el día que llueve y al de los vestuarios, que tiene que limpiar más de la cuenta. Hay que estar muy chiflado para entrenar los días de lluvia. Tonterías.

Y es que después de tanta tontería y tanta excusa, no hay nada que te pueda tirar atrás cuándo es «día de fútbol». Levantarte por la mañana sabiendo que esa noche hay entreno, no te lo va a quitar nadie. Aún menos la lluvia. La bolsa preparadita a media tarde, esperando para ir al entreno de media noche. Llegas a esa hora que no sabes si cenar antes o después, y te acabas metiendo un bocadillo a las 21h y dos filetes a las 00h de la madrugada. Porque los días de lluvia, a ver quién tiene los cojones de suspender un entreno de 23 tíos que tienen ganas de vestirse en pantalón corto y pisar el césped. Ya les puedes contar milongas.

Las risas con algún patinazo del compañero o ese chute mediocre con bote imprevisible a dos metros de la línea de gol que lo hace imparable; ese pase duro que se queda corto porque justamente la zona del área está mas encharcada; o el jugador tocho que no controla un balón porque el césped está rápido. Y es que el sudor se mezcla con el agua, y hasta te sientes mejor porque llegas a pensar «coño, estoy sudando de verdad». El sentimiento de valentía se multiplica y la conjura de equipo bajo la lluvia es imparable. Y es que en los días de lluvia, qué bonito es mirar a tu compañero que ha quedado totalmente empapado por tu culpa, ya que tuvo que tirarse al suelo a robar un balón cuándo habías perdido la posición. Así de bonita es la lluvia.

En los días de lluvia toca mojarse, pero que nadie nos quite el fútbol.

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